Empieza febrero, mes de calor, de carnavales y del gasto innecesario de agua. Aún no entendemos la importancia de cuidarla.
Lima es un desierto, con el río Rímac como única fuente de agua, cada vez más contaminado y requiriendo mayor tratamiento para hacerlo potable. Pero el agua no llega a todos, algunos distritos periféricos sólo la tienen por horas y en los sectores más pobres se ven obligados a comprarla a un precio muy elevado.
Paradójicamente, en los sitios donde escasea el agua es donde más se desperdicia, malgastándola en armar piscinas y jugar a los carnavales, generalmente utilizando conexiones clandestinas o incluso los grifos contraincendios. Es decir, la ley del más vivo: "hago lo que quiero porque no me cuesta y no me importa".
¿Cómo hacerles entender que sí importa? Al final estas acciones nos afectan a todos. El agua desperdiciada en un sitio significa que escaseará en otro lugar, perjudicando a sus pobladores.
Cada vez que tires un baldazo a alguien, piensa que esa agua pudo calmar la sed de otro, ¿sabes lo que es tener sed y no conseguir nada que tomar? Afortunadamente ese no es mi caso, pero no por ello voy a negar la triste realidad que viven muchas familias. No podemos ser indiferentes a esto, porque podría ocurrirnos a nosotros algún día.
La ciudad va creciendo y con ello la necesidad de agua, si no se toman las medidas necesarias para su ahorro llegará el día que este recurso se agote y entonces no habrá marcha atrás.
Podemos contribuir con pequeñas acciones como no arrojar agua en la vereda, lavar el auto con balde y esponja, arreglar los goteos y fugas en los aparatos, enseñarle a nuestros hijos a no desperdiciarla en juegos. Cada gota ahorrada va sumando en favor de todos y va retrasando un desértico final.
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