Hoy es aniversario de Lima y corresponde saludar... ¿o no?. Es que últimamente cuando pienso en mi ciudad se me viene a la mente su cielo gris y el tráfico... el terrible tráfico. Atrás quedaron los recuerdos de un centro histórico como lugar de paseo y de encuentro con amigos, visitando museos e iglesias y admirando los balcones coloniales.
Ahora solo voy al centro obligada por algún trámite municipal. Ni que decir de movilizarme a distritos lejanos de casa. A veces siento que paso más tiempo sentada (o parada) en el bus, que haciendo algo productivo.
Y es que a esto se ha reducido mi querida Lima: a un lugar de paso, que recorro con rapidez sin detenerme a observar su escondida belleza. Porque a pesar del desorden y el caos que me agobia, sigue siendo mi ciudad natal, esa que me acoge y me soporta, esa que amo y odio a la vez. A pesar de todo aún la quiero y la extraño cuando estoy lejos.
Así es la vida y la locura contagiante de mi Lima la horrible, de mi Lima adorada, esa Lima a la que me niego a saludar hoy. Hoy solo quiero descansar de tanto alboroto, supongo que ella también.
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